Sobre el tablón, en equilibrio entre los dos lados, acá y allá sin mate y en el principio creó Dios los alféizares, las disyuntivas, los absolutos, las orillas (y vio Dios que). O quizás, sigamos con el eterno inventario siempre a medio hacer, un ínfimo Liliput que teme que el gigante no comprenda y comience a dar manotazos somnoliento cuando se trataba solo de quedarse quieto, de dejarse atar, de permitir, generoso, los lazos. O abrir una ventana y que del otro lado del océano haya a su vez una ventana, no un reflejo, no una ventana mirándose a sí misma, no, dos ventanas que se reconocen.
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