viernes, 24 de septiembre de 2010

"Unscrew the locks from the doors!/ Unscrew the doors themselves from their jambs!"



"Walt Whitman am I, a Kosmos, of mighty Manhattan the son*,
Turbulent, fleshy and sensual, eating, drinking and breeding;
No sentimentalist -no stander above men and women, or apart from them;
No more modest than immodest"

Leaves of Grass, Walt Whitman, 1871



Han tenido que pasar ciento cuarenta años para que yo empiece a comprenderlo.



*La versión definitiva de este verso -es decir, la última- es de 1892: "Walt Whitman, a kosmos, of Manhattan the son". Dejo la versión del 71, que tampoco es la primera, porque es la que prefiero. ¿Tendencioso? Sí.

martes, 21 de septiembre de 2010

Capítulo 19



"Y así el deber, lo moral, lo inmoral y lo amoral, la justicia, la caridad, lo europeo y lo americano, el día y la noche, las esposas, las novias y las amigas, el ejército y la banca, la bandera y el oro yanqui o moscovita, el arte abstracto y la batalla de Caseros pasaban a ser como dientes o pelos, algo aceptado y fatalmente incorporado, algo que no se vive ni se analiza porque es así y nos integra, completa y robustece. La violación del hombre por la palabra, la soberbia venganza del verbo contra su padre, llenaban de amarga desconfianza toda meditación de Oliveira, forzado a valerse del propio enemigo para abrirse paso hasta un punto en que quizás pudiera licenciarlo y seguir -¿cómo y con qué medios, en qué noche blanca o en qué tenebroso día?- hasta una reconciliación total consigo mismo y con la realidad que habitaba. Sin palabras llegar a la palabra (qué lejos, qué improbable), sin conciencia razonante aprehender una unidad profunda (...)".



domingo, 19 de septiembre de 2010




Sobre el tablón, en equilibrio entre los dos lados, acá y allá sin mate y en el principio creó Dios los alféizares, las disyuntivas, los absolutos, las orillas (y vio Dios que). O quizás, sigamos con el eterno inventario siempre a medio hacer, un ínfimo Liliput que teme que el gigante no comprenda y comience a dar manotazos somnoliento cuando se trataba solo de quedarse quieto, de dejarse atar, de permitir, generoso, los lazos. O abrir una ventana y que del otro lado del océano haya a su vez una ventana, no un reflejo, no una ventana mirándose a sí misma, no, dos ventanas que se reconocen.




lunes, 13 de septiembre de 2010

viernes, 10 de septiembre de 2010

Envío internacional < 20g (0'75)



(...) Y todo, todo lo que sucede en este instante en cada una de las calles de París, su inmensidad en los cuerpos, en los carros de la compra, en los semáforos, en los teléfonos sonando en oficinas desiertas. La escena de París, el teatro más real que el teatro mismo, las bambalinas y los focos desde la Chapelle hasta el 16ème, de Trocadéro a los coches ardientes de Saint-Denis; desde el viejo mercado rebosante de Les Halles construido sobre huesos al monstruo no nacido de Les Halles, amenazando siempre con escupir el cristal hacia el Sena, sus bolsos de plástico, sus móviles robados; desde el mármol muerto del Panthéon hasta la basura viva del 20ème; desde los felices revolucionarios gauche caviar hasta los violentos mansos del PC. Y yo, en medio de todo esto, rozando esa inmensidad junto a la rue Lépic, alimentando al monstruo, al alma sanadora de París, esta ciudad del pasado y del instante, esta ciudad que empieza a conocer mi olor, que aún no me muerde. Esta ciudad, como diría Cortázar, de Magma y de Ovillos. Parafraseando mal a Virginia, al lobo de Virginia y a sus rocas: "la vida, París, este momento de septiembre". (...)




lunes, 6 de septiembre de 2010

Paris III: el ovillo



"En pleno contento precario, en plena falsa tregua, tendí la mano y toqué el ovillo París, su materia infinita arrollándose a sí misma, el magma del aire y de lo que se dibujaba en la ventana, nubes y buhardillas"

Rayuela, Julio Cortázar



miércoles, 1 de septiembre de 2010

XIII




El corral se agita con el chirrido de la puerta y unos pequeños pies se abren paso entre el agitarse alborotado de las plumas. Los polluelos, huesudos y temblones, desencajan sus pequeñas mandíbulas reclamando comida. Sus madres les ignoran, saltan sobre la cabeza de la niña, arremeten contra las paredes hasta alejarse dando tumbos y alaridos por el patio. La pequeña avanza hacia el enjambre de plumones y picos y trata de atraparlos. Alza a los polluelos a puñados, los sujeta contra su pecho, bajo las axilas, utilizando la camiseta como bolsa. Podría parecer que recoge manzanas verdes de las ramas de un árbol. La diferencia es que estos pequeños bultos tiemblan, y están sucios. Por eso los lleva hasta el pilón forcejeando (algunos tratan de escabullirse, uno incluso se escapa y cae al suelo con un crujido de hojas secas), por eso los sumerge aplicadamente, por eso los frota contra el lavadero y los enjuaga una vez y otra. Cuando todos flotan, brillantes como peces, en el agua del pozo, los toma por el cuello, los sacude y los pone a secar en el tendedero. Algún ala se rompe al ajustar las pinzas de la ropa, otras (sonríe triunfante) quedan intactas.

La niña espera sentada en el zaguán, refugiándose del sol de mediodía, mientras el agua resbala por el plumaje escurridizo de los pájaros. Escucha cómo chocan las gotas contra el suelo, observa la minúscula nube de polvo que levantan. Los polluelos no tardarán mucho en estar secos.