viernes, 9 de julio de 2010

I. El mago




Ni siquiera es capaz de sostenerlas todas con una sola mano. Aquí el diez de picas, el dos de tréboles, la reina desparramada un poco más allá, algo doblada la esquina del ocho de corazones. La televisión tiñe fugazmente el cuarto en penumbra, demasiado temprano aún, dice papá, para abrir las ventanas. El ventilador agita la baraja que tiembla en las pequeñas manos de Luis. El ascensor, el truco del ascensor, tap tap tap y las cartas suben. Otra vez. Tap tap tap. No, falta un as. Tap tap tap, como si tratara de despertar tímidamente un cuerpo.

- Te he dicho que te vayas.

Las voces de papá y mamá siguen allí en el dormitorio. Luis levanta la vista, algo aturdido por no sabe qué extraño calor, y se concentra en el ratón y el gato, ah che vivere que bel piacere, que corretean por la pantalla.

-Yo no voy a aguantar esto, no tengo por qué aguantarlo. Vete.

En realidad lo único que tiene que hacer es colocar las cartas antes de hacer el truco, tres cartas cualquiera después del último as, y contar la historia. Es fácil, si es capaz de ponerlas en orden antes de empezar, sin que se note.

- ¿De verdad quieres hacerme esto? - ahora habla papá, Luis siente cómo vibra la alfombra bajo sus rodillas - ¿Quieres hacerle esto a tu hijo, eh?

Y la historia, que Luis cuenta bajito como cuando, en los cuadernillos de verano, rellena páginas interminables de sumas y más sumas, levantando el índice para recordar que hay que llevarse una. Tres ladrones entran a robar a un edificio. El edifico tiene cuatro plantas, por lo que deciden dividirse. El primero bajará al sótano, y Luis coloca la primera carta bajo el montón. El segundo irá a la primera planta, ahora hay que ponerla, cuidado, en mitad de la baraja. El tercero irá a la segunda planta, de nuevo hacia el centro, algo más arriba. Y el último se quedará vigilando en la azotea. Luis levanta la mano, la enseña, nada por aquí, nada por allí.

Alguien pasea nerviosamente por la moqueta, alguien abre una puerta con un leve crujido, alguien revuelve los cajones. Luis mira hacia el pasillo. Y ahora, cuando el ratón lanza el desatascador rojo al hocico del gato (Figaro, Figaro) llega la policía y el último ladrón da la señal de alarma: tap tap tap. Los otros tres ladrones corren hacia el ascensor sin saber si tendrán tiempo de escapar. La policía se acerca. Como las voces de papá y mamá, que se agitan ya camino del salón, “No es mi culpa, sabes que no es mi culpa”, “¿Ah, no? ¿De quién es, entonces?”. Papá continúa andando, apresurado, hacia la puerta de la calle y lleva la maleta. Hace tiempo que no van de viaje.

Entonces, justo a tiempo, el ascensor se abre y los ladrones (Luis levanta las cartas y las deja cuidadosamente sobre la alfombra blanca), as de picas, as de tréboles, as de diamantes, as de corazones, están en la azotea. Sólo hace falta un salto para que escapen de terraza en terraza. Tap tap tap. Ha funcionado.

Mamá llega al salón tras el portazo. Parece haber llorado. Luis se levanta de un salto, se tropieza como el gato que zas, cae escenario abajo, se planta delante de mamá, mira hacia arriba.

- Mira, te voy a hacer un truco, ¿vale?

Mamá se agacha y le abraza con tanta fuerza que Luis deja caer las cartas sobre el parqué. Mamá tiene las mejillas mojadas y casi le hace daño, él se deja hacer, quieto, muy quieto durante un buen rato (el gato y el ratón dejaron de correr, ahora hay anuncios). Ella tiembla y casi ríe. Entonces Luis, por si funciona, da golpecitos en la espalda de mamá, como si tratara de despertar tímidamente un cuerpo: Tap tap tap. Sólo por si alguien está escuchando, sólo por si funciona.




1 comentario:

i dijo...

Qué fácil es imaginarse un escenario, a unas personas, cuando eres tú la que escribe.

Y qué tierno Luis. ¿Te acuerdas de lo que decías de que es muy difícil poner nombre a los personajes? Pues Luis es Luis, así es perfecto.