Esta tarde he ido a la librería. He pasado 30 minutos ante las baldas, 30 minutos quieta. En 30 minutos, los teléfonos de la redacción suenan 40 veces (escribo en el reverso de la agenda del día). He pasado 30 minutos tratando de encontrar un nombre entre cientos de nombres que no conozco o que apenas recuerdo, tratando de encontrar una palabra entre tantas palabras extranjeras. Roger Wolfe me ha llamado, eh, tú y yo nos conocemos. Le he elegido como a aquel compañero de trabajo o de estudios casi desconocido, que en una fiesta, 20 años después, te salva de tener que enfrentarte a los extraños. He pagado por él y por T. S. Eliot, el maestro que no me quiso en clase.
En la calle, el viento de Madrid barría el verano. He comprado tabaco, como antes. "Fumar. Ensimismarse. Volver a los inicios [yo, que nunca he dejado los inicios]. Sentarse. Sentarse y esperar". He esperado. Una paloma se ha acercado a mí, le he dicho que no tenía comida para ella. Luego he vivido. Algo más tarde me he sentado a contarlo.
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