sábado, 19 de noviembre de 2011





La ciudad entonces se tendió sobre mí
su peso de metal su olor a azufre 
su polvo antiguo bañando las cúpulas doradas
las puntas agudas como huesos 
esa nobleza turbia
cabalgando las largas avenidas
con un rastro de sangre
el aleteo de las nutricias pálidas
que levantan el templo destruido
los árboles de piedra
el río que nada sabe de los hombres
Y era la ciudad un silabeo 
con su calor de bestia
un calor de tierra de verano
un aliento pardusco 
La hidra que me abraza
que acaricia con cien lenguas mis piernas
que mide mi cintura  
que sostiene mi pecho
cuenta mis músculos 
ablanda mis huesos con saliva
me desmembra despacio dulcemente
Y la ciudad tenía un canto grave 
temblando en el asfalto
el asfalto blando como la carne 
creciendo en el rugido
como si un peso hubiera sacudido su centro
Y truena la ciudad 
se resquebraja inútil en la cresta
y grita con mi voz
y se desploma
su peso sobre mí
como una lápida
(el magma tembloroso de las luces naranjas
la plata restallando
en las oscuras nubes de tormenta )
Una mujer se abre paso hasta tu vientre
aparta los cadáveres las algas
te cuenta las costillas de piedra 
se detiene bajo la luz acuática
anestesia el dolor
aparta el grito
ciudad de todas las ciudades
Y te vence

4 comentarios:

Gj dijo...

Maravilla.

abrazo(s)

Clara dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Clara dijo...

Gracias. Muchas. Por la lectura, por el halago (demasiado generoso..).

Un abrazo.

Unknown dijo...

Tremenda poesia, tremona la manera de expresar-te