“(...) Esto fue hace veintiún años y estoy pensando en la amarga meditación que se me metió en la cabeza un día, al regresar, mientras hacía mis dos cruces sobre la cañería. Se me había ocurrido que yo ya era un año mayor que Keats cuando éste murió y que también había escrito muchos versos, pero que ninguno tenía valor. Había imitado y vuelto a imitar, y eso era todo.
Nunca he sido ambicioso, pero resultaba de cualquier manera desagradable no haber logrado nada, pero nada exactamente, en la única dirección que me interesaba permanentemente. Hay momentos en que uno olvida que el valor de la vida es la vida, y que cualquier otro logro es, en comparación, de muy poca importancia. Era ésa una de tales veces y todavía puedo saborear su particular amargura. Era aún bastante joven a mis veintisiete.(...)
Quizás ésta era la forma de obtener la originalidad: adivinar hacia dónde iba la literatura y llegar primero. Lee con cuidado a tus contemporáneos, traza su plan de acción; apúrate entonces y haz lo que ellos harán el año que viene. Y si ellos se inspiraban en Francia, yo podía leer francés tan bien como cualquiera. (...)
Pero en ese entonces, mientras olía la miel silvestre a la mitad de caballete y meditaba acerca de la dirección de la poesía moderna, mi desaliento se oscureció. (...) ¿en qué podría beneficiarme conocer la dirección por la cual transitaba la poesía moderna, si no me gustaba esa dirección? Era como arrancarse los ojos para cultivar el sentido del oído o cortarse la mano derecha para desarrollar la izquierda. Estas austeridades no eran para mí: la originalidad por amputación me parecía demasiado dolorosa. (...)
Deposité el haz y la leña y permanecí triste junto a la cabeza del puente. La niebla del mar subía por el barranco, pulsando entre los pinos, el aire olía a mar y resina de pino y a yerbabuena; mi mujer y mi perro estaban conmigo... y yo estaba ahí parado como un pobre literato olvidado de Dios mientras tomaba mi decisión final de no convertirme en un 'moderno'. No quería volverme ligero y fantástico, abstracto e ininteligible.
Comencé a escribir este libro (Tamar) tres o cuatro años después. Ya había entonces superado mi inmadurez y no me detenía a pensar si los versos eran originales o seguían una tendencia, o encontrarían a un lector. Tampoco he vuelto a considerar si merecen encontrarlo."
Robinson Jeffers, Introducción para una nueva edición de Tamar y Roan Stallion